dimecres, 17 de febrer del 2010

Yukio Mishima

    "Cuando el parasol que había apoyado en un escritorio cayó al suelo con estrépito sintió que era ella misma quien caía víctima de su desvanecimiento. Lanzó un pequeño grito. El parasol, al dar contra su pie, había caído a un lado. El marino se agachó inmediatamente a recogerlo. Fusako lo vio moverse con la lentitud de un buzo sumergido. Sintió que, una vez recuperado el parasol en el fondo de aquel mar de tiempo muerto, su blanca gorra de plato emergía lentamente hacia la superficie... Como un insecto que plegara sus alas, Fusako bajó sus largas pestañas.
(...) En una sola noche habían creado una nueva situación que ahora parecía aturdirles (...) El marino sintió como si hubiera recorrido una inmensa distancia para llegar al fin a un punto de exquisita sensación: una viva emoción en las yemas de los dedos, junto a una ventana en una mañana de verano.
(...) El marino es tremendo. Como un animal fantástico recién salido del mar salpicando y chorreando.
(...) El hombre permanecía en cada rincón de su cuerpo. Ahora tenía conciencia de que su carne formaba bajo las ropas un todo continuo, de que sus muslos y sus pechos estaban en cálida armonía. Era una nueva sensación. Seguía oliendo el sudor del hombre. Y como si quisiera ponerlos a prueba, frunció los dedos de los pies enfundados en las medias.
(...) Él era el paradigma de la hombría y ella la culminación de la feminidad. Desde los extremos opuestos de la tierra llegaban a unirse en un encuentro fruto del azar, y la muerte oficiaba su enlace.
(...) Fusako sintió que cada nervio del cuerpo del marino le gritaba su adiós. El apretado, furioso abrazo de Ryuji expresaba su deseo desesperado de afirmar que ella era real y que en verdad estaba con él.
(...) Una forma borrosa en el borde del agua fue gradualmente recortándose y se convirtió en un edificio. Ryuji, mientras miraba la bombilla roja que lucía sobre una puerta de emergencia, se hizo dolorosamente consciente de la textura de la vida en la tierra. Iba a cumplir treinta y cuatro años en mayo. Era tiempo ya de abandonar el sueño que de antiguo había alimentado. Tiempo de darse cuenta de que ninguna gloria especial y  a su medida le esperaba (...) No había gloria que encontrar, en ningún lugar del mundo.
(...)¿Vas a renunciar a la vida que te ha permitido marginarte del mundo, que te ha mantenido remoto, que te ha impulsado a la cima de la virilidad? ¿Vas a renunciar a tu luminosa libertad?