dilluns, 3 de maig del 2010

Milan Kundera

-¿Sabe una cosa? -dijo el doctor Skreta de pronto-, tengo desde hace mucho una extraña petición que hacerle y nunca me he atrevido a decírselo. Pero tengo la sensación de que hoy es un día tan extraordinario que podría atrevirme...
-¡Hable doctor!
-Quisiera que usted me adoptase.
Bertlef se detuvo asombrado y el doctor Skreta les explicó los motivos de su petición.
-No hay nada que yo no haga por usted-dijo Bertlef-. Sólo piendo si no le parecerá mal a mi mujer. Sería quince años más joven que su hijo. ¿Y es posible desde el punto de vista legal?
-No está estipulado que el hijo adoptivo tenga que ser más joven que sus padres. No se trata de un hijo real, sino precisamente de uno adoptivo.
-¿Está seguro?
-Lo he consultado hace tiempo ya con los abogados- dijo el doctor Skreta con un callado gesto de vergüenza.
-Sabe, es un poco raro y me deja un tanto sorprendido -dijo Bertlef-, pero hoy tengo un estado de ánimo tan particular, un entusiasmo, y no quisiera más que proporcionarle alegría a todo el mundo. Si a usted le proporciona alegría...hijo mío...
Y los dos hombres se abrazaron en medio de la calle.
[...] El tren llegó a la estación y de él bajaron dos mujeres.
Una de ellas podía tener unos treinta y cinco años y recibió un beso del doctor Skreta, la segunda era más joven, vestida de modo impactante, con un niño en brazos, y la besó Bertlef.
-Enséñeme a su hijito, querida -dijo el doctors Skreta-, ¡si aún no lo he visto!
-Si no te conociera tanto, tendría que desconfiar de ti -se rió la señora Skreta-. Fíjate en esa marca de nacimiento en el labio inferior, ¡exactamente en mismo sitio donde la tienes tú!
La señora Bertlef miró la cara de Skreta y gritó:
-¡Es verdad! ¡En eso no me había fijado para nada cuando estaba aquí en tratamiento!
Bertlef afirmó:
-Es una casualidad tan asombrosa que me permito incluirla entre los milagros (...) Además -se dirigió Bertlef a su atractiva mujer-, te comunico solemnemente que el doctor se ha convertido hace unos minutos en hermano de nuestro John. De modo que es totalmente correcto que tengan como hermanos la misma marca de nacimiento.
-Así que por fin te has decidido...-suspiró feliz la señora Skreta.
-¡No entiendo, no entiendo! -pedía una explicación la señora Bertlef.
-Ya te lo contaré todo. Hoy tenemos mucho de qué hablar, mucho que celebrar. Nos espera un magnífico fin de semana -dijo Bertlef y cogió a su mujer del brazo.
Los cuatro fueron andando bajo las farolas del andén hasta salir de la estación.