La habitación parecía ahora haber caído en una inmovilidad sin retorno cuando de improviso, y de forma absolutamente silenciosa, la joven sacó una mano de debajo del vestido, deslizándola sobre la estera ante ella. Hervé Joncour vio aparecer aquella mancha pálida en los límites de su campo visual, la vio rozar la taza de té de Hara Kei y después, absurdamente, continuar deslizándose hasta asir sin titubeos la otra taza, que era inexorablemente la taza en que él había bebido, alzarla ligeramente y llevarla hacia ella. Hara Kei no había dejado ni un instante de mirar inexpresivamente los labios de Hervé Joncour.
La muchacha levantó ligeramente la cabeza.
Por primera vez apartó los ojos de Hervé Joncour y los posó sobre la taza.
Lentamente, le dio la vuelta hasta tener sobre los labios el punto exacto en el que él había bebido.
Entrecerrando los ojos, bebió un sorbo de té.
Alejó la taza de los labios.
La deslizó hasta el lugar de donde la había cogido.
Hizo desaparecer la mano bajo el vestido.
Volvió a apoyar la cabeza en el regazo de Hara Kei.
Los ojos abiertos, fijos en los de Hervé Joncour.
dimecres, 10 de febrer del 2010
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